lunes, 4 de marzo de 2013

Escribir para trascender



El 87 % de las lenguas del mundo son ágrafas, es decir, no utilizan un sistema de escritura.  Este dato es bastante impactante, un panorama inconcebible para quienes trabajamos con el lenguaje y vivimos escribiendo. Inmediatamente, me viene a la mente la gran pregunta: ¿por qué escribimos? Bueno, la respuesta es amplia y heterogénea, sin duda. Yo diría que es, en general, un modo de ayudar a la memoria, de organizar pensamientos, de trascender; escribir es una forma de duplicar la vida. 

La relevancia de esta actividad es vital e incuestionable en nuestra cultura, no sólo como base de la organización social o herramienta en múltiples situaciones cotidianas, sino también, y muy especialmente, como creación artística, al permitir que algo bello que no existía, exista. Es válido incluso como recurso terapéutico, pues como decía el psicólogo James W. Pennebaker, «convertir las experiencias en palabras es sumamente conveniente para la salud y la estabilidad afectiva». En definitiva, la escritura tiene una importancia fundamental en el desarrollo humano, al igual que la lectura. Ambas acciones nos enseñan a usar el lenguaje, y consecuentemente, a utilizar la inteligencia.  

Todo el que lo desee puede escribir, es un acto libre y espontáneo, que responde al instinto comunicativo, aunque en el caso de la expresión escrita quizá conlleve un mayor matiz de intimidad, de reflexión.


En el libro La magia de escribir, José Antonio Marina y María de la Válgoma establecen que «cuando uno escribe lo hace desde un antiguo legado de seres que escribieron antes que uno mismo, de la memoria, de la experiencia vital de cada cual, de un determinado contexto cultural y social y de la infancia, ese territorio tan propio e irrepetible como la huella dactilar»; y no es sino un literato como Thomas Mann quien dice que «el escritor es aquel al que escribir le resulta más difícil que a las demás personas», lo que otorga a este acto mundano la disposición propia de la divinidad. 

Sin embargo, no sólo quiero hacer hincapié en la importancia de escribir, sino en la necesidad de escribir bien, correctamente, con propiedad. En un mundo en el que la imagen lo es todo,  cuidar lo que uno dice y cómo lo dice es esencial.

Una de las facetas que más aprecio de la tarea del traductor es su papel de protector de la lengua, cuidador y guardián de las buenas formas (verbales o no),  principalmente porque el traductor es un escritor que trabaja como mediador entre diferentes sistemas que buscan un mismo fin.

Y es que la diferenciación entre escritor y traductor siempre ha relegado a este último a una posición inferior, algo que la historia misma nos ha demostrado injusto y que muchos autores, víctimas de esta dualidad, han tachado de erróneo. Así refleja su visión Antonio Sáez Delgado, profesor, poeta, escritor y traductor:  
«He dicho que el camino del traductor y el del escritor son similares. Podría matizarlo. El del traductor debería ser paralelo al del escritor, pero sin perder nunca de vista el final del camino. Es decir, mientras el escritor avanza un tanto a ciegas en el curso del texto, el traductor, sabedor del producto final en su lengua de origen, debe ir del principio al fin y del fin al principio cuantas veces sea necesario, andar en paralelo al autor pero sin perder nunca de vista la perspectiva del lector».

Quiero abogar por una escritura de calidad, tarea con la que estoy comprometida, causa primordial de este blog que hoy inicia su andadura y actividad intrínseca en mi carrera profesional.

Y para terminar, un recordatorio velado, de la mano de nuevo de la inspiradora voz de Antonio Sáez Delgado: 
«A pesar de esto, el trabajo del traductor y del escritor coinciden de lleno en un punto. Un punto que la experiencia me demuestra fundamental. Al final, ya consumado el camino, tanto el escritor como el traductor deben saber que su trabajo es siempre, absolutamente siempre, mejorable. ¿Quién se atrevería a decir que un poema o un cuento o una novela no es mejorable en algún aspecto? ¿Quién se atrevería a decirlo de una traducción?».

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4 comentarios:

  1. La literatura es la infancia recuperada, dijo George Bataille. Yo diría que, en general, la escritura es la infancia recuperada, por lo que tiene de juego y, a la vez, de aprendizaje gozoso y de dominio simbólico y, en consecuencia, mágico de nuestro mundo interior y exterior. Juan Manuel Martín. Traductor.

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  2. Muchas gracias por tu aportación, Juan Manuel. La infancia es una fuente inagotable de inspiracion, sin duda, en gran parte por lo que comentas, la magia inherente a esa época de juegos y descubrimientos que se revive, en gran parte, cuando uno escribe y es capaz de crear un mundo paralelo, o quizás la extensión de una realidad no vivida. Y para un traductor también, es sentirse protagonista de la creación de otro y aportar algo de su persona, aunque sólo sea la elección de un adjetivo evocador... Gracias de nuevo.

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  3. Me ha encantado! Muy interesante y además siento que he aprendido y me has hecho pensar :)

    Maica

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  4. ¡Muchas gracias, Maica! Siendo así, me doy por satisfecha. Un saludo

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